divendres, 5 d’agost del 2011

David


Fa anys que no en sé res. Però, de tant en tant i ja fa un temps, me'l trobo a la taula del bar. Sol. I el saludo, perquè fa molt que el conec, si de les trobades d’amics en les què ens aplegàvem quan teníem vint anys se’n pot encara confirmar la coneixença.
I el veig pel carrer amb l’anar de sempre. Els cabells blancs. I juraria que tenia els ulls verds, però no els hi miro. Em sembla que no n’era, de coix, però corba una mica el cos en caminar.
És el que arriba amb les separacions de les parelles. Que també allunya amics i, a força de veure's i no saber què dir, es limiten a l'adéu-adéu i passen de llarg. Fins que del nom amistat ja no en sabem què fer.
I és per això que quan el veig, sol, a la taula del bar, no goso acostar-m’hi i dir-l'hi com et va. Perquè, què em podrà contestar després de tants anys sense dir-nos res més que un lacònic adéu?
M'empipa quan m'adono que estic sola, i quan dic sola també dic soledat. I faig i desfaig a casa meva, i surto i escric i m’evadeixo per no cedir-li temps a la creença de que ningú m’espera. I potser per això avui he anat on ell és tan sovint, o ha sigut només perquè l'he recordat aquesta tarda com es recorda un amic del que no saps fa temps. No m’atreveixo a assegurar que hi sigui al cada vespre: no és a diari que hi vaig. Ha sigut el primer cop que he anat sola, sense cap dels meus fills. I seguia pensant David, i també si el veig l'hi demano, puc seure al costat? o al davant o què hi fa, però a la mateixa taula.
He mirat cap el dins del local ple, força al vol per l’angúnia de que em pesqués buscant. No hauria sabut a qui, però m'hagués descobert aturant la mirada. No sé dissimular i hagués anat bé aprendre'n.  No l’he vist, però tampoc m’ha importat en excés. La calor de l’estiu ja es fa notar, i sola, a la terrassa, ja s’hi estava, de bé  i, a més, es pot fumari ha estat bo descobrir-ho. Tot i així, pensava m'agradarà trobar-lo un altre dia assegut a una taula del bar.
Encabat de pagar he entrat cap al lavabo, més per l’últim intent de trobar-me'l que perquè em calgués anar-hi. I era allà, quiet i sol, i com conforme d'ocupar el seu lloc,  i jo l’he saludat amb un somriure. I altre cop he marxat sense atrevir-me a dirigir-me a ell amb un hola, David, en comptes del lapidari adéu que tenim per costum.
De camí cap a casa dubtava a cada pas si tornar-me’n enrere. I no m’he decidit. Hi haurà dies. I potser, en un moment donat, els dos ens preguntem què hi fa sol, què hi fa sola? És que ja li està bé o és que ningú l’espera?  I pot ser que llavors ens resulti més fàcil allò del com et va. I sapiguem emprendre la resposta.
Si és que ho vull. Si és que ho vol.
Després de tant de temps que no veig el color dels seus ulls, i que ni me’n recordo, vull saber, de primer, per què ara hi penso quan fins fa quatre dies el veia com a algú a qui només saludes perquè havies parlat i rigut amb ell a la colla d'amics quan teníem vint anys.

dijous, 4 d’agost del 2011

CódigoS-ex. Bolero



No pudo aquella tarde. Hubiera deseado no estar en la consulta del dentista cuando él la llamó.
      ¿Me invitas a un café? 
      Raquel le dijo dónde estaba pero que, si quería, podía desplazarse hasta allí, que no tardaría demasiado en salir. Y Fernando insistió en que daba igual.
Él sabía que era complicado que Raquel estuviera disponible con esa rapidez. Para empezar, vivía fuera de Barcelona, donde él se encontraba. Pero ¿qué era una tenue mentira si con ella quedaba como un caballero de esos que sólo existen en los manuales? Lo malo, lo peor es que Raquel no cayó en la cuenta, y creyó a pies juntillas que Fernando tenía  ganas de verla. También pudo ser que quisiera decirle la verdad: no nos volveremos a ver. Sin embargo, ese arranque de dejar las cosas claras, pronto lo desmintieron sus próximos mensajes. Todos sin un asomo de me gustaría verte. Todos con remiendos hechos de farsas que Raquel creía una por una, hasta que se topó con la evidencia. Fernando nunca cumpliría lo que le escribía, estoy de viaje por trabajo, ahora por vacaciones, pero nos veremos pronto, no me gusta perder el contacto con personas que valen la pena y tú la vales. Mensajes cada vez más esporádicos. Hasta que desaparecieron.


Ella le dijo no me gusta formar parte de un club de fans. Una página de amigos sólo para mujeres no era nada que le apeteciera. Formar parte de una partida de admiradoras siempre le había despertado sensación de ridículo. Manías quizás,  pensaba ¿Y qué? Si aquí cada cual tiene las suyas.  Él, atento, se excusó: fui entrenador de baloncesto en un equipo de chicas y de ahí. Pero debía ser un equipo de sénior en adelante, porque no había ningún contacto femenino de menos de cuarenta años. Aun así, poco le importaba a Raquel un hombre cuyas fotos parecían fijadas con gomina. Un niño bien que empezó a ligar en los sesenta, pensó entonces. Tenía otras cosas que hacer como para ocupar un tiempo del que no disponía en hacerle caso a un opositor a donjuán nacido en el cincuenta y seis que deseaba haber nacido cinco años después.
            Fernando decía tener cuarenta y nueve, pero un buen amigo coló una fecha  inoportuna para sus pretensiones: ser más joven para atraer a mujeres también unos cuantos años más jóvenes que él. Y Raquel, que no se callaba una, le dijo que las fechas no cuadraban. La reacción fue inmediata. El comentario del buen amigo fue borrado al día siguiente de una observación sin duda impertinente.
            Quedaron un día para tomar una copa, pero un vuelo sin alas se interpuso. Estaba en Madrid por asuntos de trabajo y no tenía billete para un avión ni un Ave de vuelta. Raquel no se acabó de creer tanto descuido, al fin y al cabo no debía ser la primera vez que volvía de un viaje un fin de semana con puente, si es que viajaba tanto como él le anunció. La historia que Fernando le explicó tenía sentido y la aceptó sin más. De todos modos, le dio bastante igual que aquella cita se quedara sin alas.  
            La copa quedó en el aire y ella la olvidó, como se olvidan las cosas que se piensan en duermevela. Como el sopor de un día gris en cuanto sale el sol.
            Aquel recuerdo quedó en un rincón abandonado al polvo, lo mismo que un objeto que aparece cada vez que se ordena el altillo o el desván,  y que se sigue  dejando en el lugar que ocupa desde la decisión de quitarlo de en medio para hacerle un espacio a las cosas más útiles y cotidianas. Hasta que encontró y reconoció al Fernando que sólo había visto en fotos en un centro comercial concurrido de gente una tarde avanzada de sábado. De la mano de una mujer. Y se lo dijo al día siguiente por correo. Era sólo una amiga, le contestó ¿Y qué te parece si nos tomamos esa copa pendiente? Todo ello aliñado con dosis de la charanga jajaja.
            Raquel volvió a pedirle la amistad por la red social de amigos. Le pareció que no estaba de más conocer algo mejor a un hombre que al menos era amable. Esta vez, su espacio no era sólo para mujeres.
            Un día gris, unos nubarrones que amenazaban lluvia, una tarde de viento y frío incorporado, una de marzo haciendo honores a la inestable primavera. Una pereza como pocas y un café que, por fin, espabiló el primer encuentro con Fernando. Chistes y risas  al compás de un sincopado chachachá que Raquel seguía con asombro. Era como si él se mirara en un espejo, y como si el espejo fuera su propio ombligo. Los pies en una silla, el torso erguido en mangas de camisa a pesar de los guantazos del frío, las posturas de su airoso cuello que llevaba a cuestas la cabeza, ahora de frente ahora de perfil. Se despidió de él sin que el calor hubiera llegado del todo a traspasar la capa del jersey grueso que llevaba por debajo de la chaqueta beige. Le apetecía correr.
            Y después el mensaje: Para mí ha sido un bonito rato q me gustaría repetir, aunque esto siempre es cosa de 2. Gracias. Eres una mujercita atractiva e interesante y ahora, haleeee a hacer footing. Un beso.
            A Fernando se le daba muy bien dorar la píldora. Y ella respondió.
           
            El próximo encuentro no se hizo esperar demasiado. Ese fin de semana Fernando la invitó a cenar a su casa. Sólo una amiga, pensó ella. Y en el tono amistoso que correspondía a la recién estrenada categoría de amigos se intercambiaron algunos SMS para decidir la hora, la cena y el espacio que iban a ocupar para dormir. Según Fernando, quedar con una mujer no significaba que tuviera que haber sexo. Según Fernando, lo importante era estar bien. El sexo era totalmente secundario. Según siempre Fernando, nunca iba con una idea planeada.
            Ni mentía jamás.
           
La noche estuvo bien. Hablaron mucho después del café y algunas copas. Raquel pensó no es tan engreído como me pareció el otro día, a pesar de una frase que le sonó a héroe de película con respecto a una mujer: fue la única mujer que me dejó. Pero ¿qué era una mota de polvo en una voz envolvente que hacía las veces de la mullida alfombra de diseño donde los pies de ambos reposaban?
            A las cinco de la madrugada se fueron a dormir. Eso creyó Raquel. Pero él se había ido formando una Idea más sensual de la cama durante la conversación y no tardó en ponerla en práctica. De modo que, como amiga, había ganado algún cupón. Pero a aquellas horas ella ya estaba convencida de la certeza de los puntos de vista que tan seriamente él defendió, y el arrebato  inicial no tardó en convertirse en un plácido estado de coma por su parte.
No les quedó otra que volver a probar por la mañana.
A la semana, hubo un segundo encuentro: palomitas y película de nuevo en mi casa. Raquel no creyó necesario preguntar por el título pues no iba poner peros. Y no los puso, a pesar de que el film se quedó en la incógnita: no encontraron ningún filme entero ni potable después de la ración más o menos generosa de zapping.   
 La charla esquivó cualquier intimidad. Y  Raquel empezó a percibir  de forma sutil que Fernando iba perdiendo el interés por conversar con ella. La noche fue mejor que la velada. Ven, cariño, decía él con el matiz del sólo amiga. Y de pronto aquella ternura en el tono de voz:  tenía ganas de estar contigo. Le vino por sorpresa, una sorpresa que tomó como un postre cuyo sabor descubres delicioso.  
También hubo mañana y un último desahogo. Después de un parco almuerzo con café, Fernando insistió en acompañarla en coche hasta su casa. El silencio cortaba. Y ella empezó a hablar. A hablar, sin más, para llenar el aire de algo que amortiguara el filo  que lo atravesaba. A Raquel no se le ocurrió nada mejor que las palabras. Y mientras tanto pensaba ojalá hubiera vuelto en tren. Al llegar, él apenas se giró para decirle adiós e indicarle con la mano y con cara de velocidad y molestia que cerrara la puerta. Ella acabó de recoger la parte del foulard que había quedado entre su cuello y el asiento, se apresuró a dejar su mano libre y marchó hacia su casa con el pensamiento en suspenso. 
  Raquel vio clara la prisa de Fernando por marcharse de allí. Y pensó se ha acabado el bono de amistad.
          Intuyó que no le volvería a ver.
         Y sin embargo, Fernando la llamó cuando ella estaba en el dentista al cabo de tres días. Cuando era de prever que Raquel no podría acudir al café que él, virtualmente, deseaba. En la virtualidad toda irrealidad se hace posible.


Ella le escribió varias veces desde entonces. Al principio hubo alguna respuesta de vuelta, cordial siempre. Anunciándole lo que no tenía pensado cumplir.


La página de amigos de Fernando se iba completando con  las frases prefabricadas a las que era tan aficionado. La última hizo reír a Raquel: “La apariencia puede seducir, la personalidad puede enamorar!!”


                                          


Raquel no pudo resistirse a comentar: “Pues la firme pechonalidad en cuestión ha debido atraparte de lo lindo, cariño, porque no has vuelto a dejar ninguna pista en la ventana desde que descubriste la oración. Jajaja.”  
La de una amiga de la que Fernando y todos los que se entrenan en la seducción de siga las instrucciones como él,  no tienen una idea preconcebida hasta el cálculo justo de la talla. La Idea del enamoramiento o interés va detrás de analizarse la apariencia, como si se observara la dentadura de un caballo para saber su edad.

dimecres, 3 d’agost del 2011

Finestra


Vaig crear aquest blog per obrir-me als altres, més enllà de les finestres d’aquesta habitació. Si surto al carrer camino sola, ningú em reconeix. És agost, temps lliure que no puc aprofitar. Detesto les frases prefabricades que es busquen per les webs de propòsits i dites roses. El “copia y pega” per la comoditat de no haver de pensar si allò arriba als altres en blanc i negre o en color.  Power Points amb músiques de relaxació i mostra de fotos deu, resums de les impossibles instruccions dels llibres d’autoajuda que vénen a ser com els consells de l’Elena Francis, només que canviant la ràdio per les darreres tecnologies.  Filosofia barata envasada en un tupper. Es fan servir per mostrar que la vida d’un és meravellosa. Algú s’ho creu?  És com si et diguessin: no tens dret a la tristesa. A sentir-te sol quan realment ho estàs. Quan et trobes sense recursos per no estar-ho. Quan no et sents bé entre la gent i t’aïlles o simplement calles perquè ningú noti el buit que tens a dins. Quan tens depressió, una paraula que es diu tan fàcilment. Ningú, llevat dels metges,  l’entén i, per tant, ningú et pot ajudar. Si estàs trista fuig del meu costat, és això el que et vénen a dir. I has de dissimular, i seguir la conversa, encara que tant se te’n doni, i somriure les gracietes dels altres perquè comptin amb tu un altre cop. I preguntin, com és que no ha vingut? Perquè preguntin.
            Si algú m’estimés segur que m’entendria, i llavors segur que trobaria una escletxa per on començar a ser feliç.
            No necessito res més que una abraçada que m’aculli amb franquesa, lluny de cap interès. Que em faci sentir jove altra vegada, com quan corria per estar a punt i amb el millor aspecte.
            És tan fàcil oblidar les hores perdudes. Oblidar que has plorat quan et sents bé. Tinguis els anys que tinguis, cada felicitat és energia que els allarga, que t’impedeix pensar fins on arribarà. I en els moments buits que has deixat enrere.
            Quan tens càncer o una malaltia física i, sobretot, evident, els amics se t’acosten i intenten fer el que poden per ajudar-te. En sembla bé, molt bé. No seria persona si pensés d’altra manera.


            Quan el problema és una disfunció del cervell i/o un fet cabró que porta a d'altres i els vols evitar i no pots i en van afectant l’ànim i et fan miques l’autoestima, veus com desapareixen. I et sents com el gos abandonat que aquests amics, tots ells molt ecologistes i amants de la natura, defenen... de boquilla. Mai se l’endurien a casa. No sacrifirien el seu ordre impecable per un gos atrapat sota un cel negre des d’on cau la tormenta que els pot mullar el rebedor de casa.

dimarts, 28 de juny del 2011

La carta



Benvolguda senyoreta Dolors:
No es pot imaginar el greu que em sap no poder escriure-li la  carta, la que li vaig prometre ara  fa tres matins i dues nits. Potser ja no em recorda, tan atrafegada com sempre va  per encarar-ho tot: la feina a l’hospital, l’endreça de la casa, i la cura sol·lícita de les seves bessones, però, per fer-li memòria,  li diré que un servidor és el que dimarts passat, ben de matí, li va despertar aquella curiositat enriolada per la cara de sòmines i el  posat arrupit, i reconec ridícul, sota la timidesa. Quan va notar que jo no li perdia l’ull, m’estava complaent amb el verd maragda d’aquell preciós  vestit que li queia tan bé i que li deixava al descobert les  pigues de l’esquena. Llavors  em va convidar a apropar-m’hi  per preguntar si jo volia res, i no vaig encertar cap més excusa que haver-la confós amb una altra dona. Ni de lluny el pretext era sincer, però en les meves angúnies no vaig ensopegar amb una contestació més  coherent que em salvés del  desgavell de la sorpresa.  Sé que anava rabent per agafar el comboi que la porta a la feina cada dia, i no em vaig atrevir a declarar-li la meva inclinació cap a vostè, senyoreta Dolors,  per no ser inoportú.  És ben cert que en el viatge que vam començar junts i que jo, per prudència, vaig allargar més enllà de la seva estació, li hagués pogut confessar el meu anhel, un anhel tan profund que fins i tot he omès a amics i coneguts per por li descobrissin una estimació que no estava segur em fos mai corresposta, però el meu ardor no trobà cap suport en les paraules, que rebotien com bitlles al meu cap, i me’n vaig guardar com d’escaldar-me de deixar-les anar pel temor que li explico dues ratlles abans.
No es pensi pas que em pot la covardia, li puc ben assegurar que en el meu viure he lluitat aferrissadament per arribar a ser l’home que vostè va conèixer aquest dimarts, i que en un temps passat  me’n vaig sortir d’un tràngol que em va tenir capcot durant una penosa temporada que ara no tinc prou esma d’explicar-li.
 Quan li vaig dir que era escriptor i que la meva obra encara inèdita estava en mans d’una acreditada editorial que en qüestió de setmanes la tindria ja dada i beneïda, vaig mentir. L´única raó que em va portar a demanar-li  l’adreça de ca seva, que tan amablement vostè em va confiar,  amb el pretext d’enviar-li algun dels meus relats, era la de poder-li expressar, amb calma i per escrit, fins a quin punt desitjo el seu amor des de fa tant de temps que he perdut la noció dels dies i les nits que fa que jo l’espero. I ara sóc incapaç de confegir un sola renglera de paraules per poder mostrar-li el meu repertori de tendresa, la que vostè desferma cada cop que la veig i que la penso, i que és tan certa com l’univers tangible  que l’envolta.
De fet, sempre he estat un tanoca  per escriure. La meva ineptitud per a les llengües em ve d’origen, atiada més tard per les desavinences dels meus pares que no es posaven d’acord ni en l’idioma. Però el que vull no és parlar-li dels meus avantpassats, en glòria siguin  allà on les paraules ben segur no els hi calen, ni tampoc de misèries ni de feines incertes. El que voldria dir-li, si pogués, és fins a quin punt n’estic de vostè, senyoreta Dolors, i com m’agrada mirar-la quan passa davant meu. No sap el goig que em fa la seva veu melosa i la generositat del seu somriure quan  li dóna el bon dia a la senyora Anita. Si em permet que l’hi digui, em cau bé aquella dona, sempre tan disposada per a cedir-li el pas quan vostè porta pressa.
No sé ni com va parar esment en que jo l’observava, tan enfeinada que té la seva vida, però ara ja què més dóna. Va aturar-me i jo porto  tres dies i dues nits intentant  atenir-me a la promesa d’escriure el que no puc, perquè mai, abans d’ara, m’havia encarat amb el paper i la ploma. I em sap greu, senyoreta Dolors, ser tan cap verd (per descomptat, més lleig que el seu vestit) que no puc desembossar els mots que han quedat atrapats en el pòsit de la meva memòria, i oferir-los repòs en aquest foli blanc ja rebregat per les interminables hores que porta entre les mans.
Si us plau, facis el càrrec que és un tema massa vidriós per a mi confessar-li que, en el meu desig d’arribar el més a prop possible dels seus dies, amb la santa paciència que demana l’amor quan vol assegurar-se una feliç cloenda i tenint sempre en compte el món tan diferent que ens envolta a tots dos, vaig voler nassejar en la seva altra vida, la  que abans havia compartit amb l’home malcarat i desdenyós que va foragitar-la. Com segur  ja ha clissat, feia temps que sabia on vivia, però em calia el seu permís per fer servir la bústia.
Quatre  mesos enrere, vaig anar a la casa del poble que vostè va deixar enduent-se les nenes, i tot estava en runes i sense una mala ànima. Els veïns em parlaren de l’home que l’havia ocupat feia un munt de mesades, un pobre eixelebrat que perdé el poc senderi que encara li quedava quan la dona el va abandonar a la seva dissort emportant-se les filles.  La desídia havia podrit el baldó fins fer-lo miques,  i sense forçar res vaig submergir-me en aquell casalot colgat per les deixalles i les llenques despreses dels envans.  Les parets esquerdades gairebé prometien que d’un moment a l’altre s’abatrien per damunt dels meus ossos.  Els porticons dels reduïts finestrals s’havien desarrelat de la façana, i l’ombra dels núvols del cel de l’altra banda es clavava amb tota la seva immensitat sobre la meva pell que ja duia gelada del camí per culpa d’aquell fred rigorós anomenat febrer.  Pel terra del pis s’estenien papers de totes qualitats i coloraines, i entre ells vaig descobrir les cartes que duien el seu nom, senyoreta Dolors, en el revers. Davant de la troballa, el cor em començà a bategar amb tant d’abús que vaig témer que aquella tremolor destarotés les restes de l’immoble com si fos una ventada impertinent.  La lletra amb traç decidit i pendent dolça no podia ser més que seva, senyoreta Dolors, i jo em desfeia per saber quin amor l’havia portada a aquella barraca miserable i què havia passat perquè s’anés. Abans que els meus ulls llisquessin per la cal·ligrafia que em trastornava el pols, vaig voler comprovar la signatura al peu de la missiva. He de deixar-li clar que no estic aviciat a paladejar cartes estranyes. La meva xafarderia mai ha sigut intensa, i només l’he destinada a casos molt concrets i sobretot vitals i transcendents en allò que em pertoca. I vostè, senyoreta Dolors, llavors em pertocava, com em pertoca ara escriure-li una carta que no puc, per més que vulgui, redactar amb dignitat.
Aquelles paraules reclinades sobre un paper ivorenc macat per les consecutives estacions que es filtraven a través de les portes, esquerdes i finestres, em van tornar la calma com me l’havien treta. Per retrobar la pau vaig haver de pujar a aquell poble clavat sobre un turó tan selvàtic i incògnit que cap mapa  esmentava i en el que, a tres passes d’un cingle, estava la casa ruïnosa.  Calculi, doncs, fins a quin punt m’hi anava encepegar ni que fos amb un bri d’herba que em guarís dels meus mals. I és per això que en veure que el nom de l’home a qui anava destinada la seva galant lletra era també el meu,  no ho dubtà ni un moment  en fer-la meva. 
De sobte se’m vaig comprendre el seu isolament per no tenir-me al seu costat quan em necessitava.  Mentre omplia aquell full amb traços ferms i tendres vostè escoltava, senyoreta Dolors, la cançó que havíem ballat junts una nit  de Sant Joan, davall les serpentines i els paperets de seda que guarnien el sostre del carrer. Aquella vigília vostè duia un vestit de farbalans de tons maragdes, com les seves sabates, per sota dels genolls. Es va posar a ballar amb mi i així abraçats vam parlar per primera vegada de nosaltres. I de llavors recordo, com si la sentís ara, la seva veu ajupida i emmelada, la que encara l’hi estimo, desafiant la gresca del voltant i les mirades de tot el veïnat. Les galtes se li havien encès amb la barreja de la calor estiuenca i l’escalfor dels meus braços voltejant-li el vestit, i jo era l’home més feliç d’aquest planeta en ple solstici  per la sort de tenir aquell caliu tan a prop meu.
 Després de descobrir la part del món que vostè havia deixat quatre anys enrera, vaig sortir d’aquell cau  amb renovades forces, sabent per fi de cert que mai havia hagut cap més home que jo. La claror que havia començat a clenxinar-se amb algun raig de sol desmemoriat m’enlluernà la vista, la mateixa que feia uns instants s’havia conciliat amb la revetlla atrapada en la penombra d’aquelles parets mortes.  Però res ja no podia treure’m aquella imatge seva, senyoreta Dolors, ballant amb mi la tonada que ens havia apropat tots aquells anys.

Vam festejar un any sencer i onze mesos, se’n recorda? I ens vam casar un vint-i-cinc de maig, per Sant Gregori, el mateix nom amb el que els meus pares em van batejar, encara que la darrera síl·laba fos un motiu afegit a la seva discòrdia.  L’església es va omplir de gom a gom: la Dolors es casava i tothom volia veure com li esqueia el seu nivi vestit de mussolina brodat amb fil de plata. Els rams de  flors collides aquell mateix matí s’escampaven per tot, i els lliris d’aigua encara lluïen frescos darrera nostre quan ens vam fer la fotografia que vaig trobar tolida pel terra de la casa.
 Jo havia començat a treballar aquell mateix any com a comptable a una empresa de compra venda d’automòbils. El sou no era gran cosa, però teníem suficient per a tirar endavant la nostra benaurança. El seu cosí Ramon, vidu de poc i delerós per fer-nos el favor que, de passada, el distreia del dol, ens va buscar aquell cau enmig de la carena que veiem des del poble.  Jo hagués volgut per a vostè, senyoreta Dolors, un lloc més confortable, però el preu que ens demanaven per poder viure allà  ens convenia i no vam dir que no. Ja teníem cobert per a gaudir ben sols del nostre amor primer, i amb aquest pensament ens conformàvem. O més aviat em vaig conformar jo i em volia convèncer-me que vàrem ser tots dos. Vostè, però,  em va dir abans i amb il·lusió que podia treballar al dispensari del poble, i jo li vaig demanar que per favor no ho fes. L’olor  a antisèptic em feia caure malalt. I li ho vaig demostrar: aquella nit em vaig posar quaranta de febre. O potser, millor dit, s’hi posà la bombeta. Però mai ho va saber. No podia sofrir que la voltés cap altre home per molt metge que fos. No vaig voler entendre que allò era inevitable i que aquell disbarat no tenia sentit.
Però vostè va cedir i la nostra vida, malgrat no viure voltats de grans riqueses, ens anava rodada fins que, en néixer les nenes, afloraren els nostres maldecaps. La casa havia d’esmenar-se pel bé de les petites, els diners no arribaven i l’ascens a l’oficina ens apressava. Vaig aconseguir el lloc, però la punya per acarar la  competència de qui també maldava per un seient millor em va agrejar el caràcter. Vostè, senyoreta Dolors, prou que s’escarrassava per suavitzar el mal geni que es nodria a la feina,  alhora que atenia les nostres dues filles amb la generositat que li és tan pròpia,  però tot va ser debades. La meva incomoditat es desbordava en una discussió rere de l’altre i el seu tarannà sofert i benvolent, senyoreta Dolors, va tocar sostre aquella nit que vaig perdre els estreps per una qualsevol estupidesa, i li clavà un carxot que va deixar-li un ull de vellut per uns quants dies. A l’endemà va venir  a la ciutat amb les dues nenes. Aquí va trobar feina a l’hospital amb el seu títol d’infermera del que encara no n’havia tret profit per culpa meva,  i va poder tirar endavant lluny dels meus exabruptes i fatigues. Espero que perdoni la meva gosadia, però tot sovint m’atanso allà on té la consulta pel gust de contemplar-la. Per això em va trobar  dimarts a primera hora camí de l’hospital, i ara em fa basarda que vostè em tingui en compte l’haver estat tan espieta durant els darrers mesos. Si almenys pogués entendre, senyoreta Dolors, com me l’estimo.

No sap com me’n recordo dels passeigs a la vora del riu que llavors encara duia aigua de pluja, i dels tombs pels camins de la contrada. De tant en tant vostè arrencava a córrer per amagar-se entre els castanyers i les alzines. Jo seguia el seu joc i la buscava, fins que la descobria amb ulls de picardia i  arraulida entremig d’aquells arbres. Al cap de pocs moments jo la voltava per omplir-la de petons i  mossegades flonges. I d’aquells temps recordo els seus tirabuixons caient-li per l’esquena, i el seu aroma, senyoreta Dolors, i el seu aroma. A les nits d’aquelles passejades li abraçava el somriure i la nuesa, i encara guardo en la memòria el tacte d’una pell que segueix aturada dins la meva. I ara em sap tant de greu no poder dirigir-li ni una trista renglera de gargots que ens puguin retornar aquelles alegries.
No cregui pas que em planyo per passar l’estona. El meu desig d’emprendre el camí de tornada és tan agut i cert  que després de tres llums i dues fosques no tinc ni l’ànim de deixar la cadira per anar a retrobar-la. Ja no sé com desdir-me d’aquesta creu amb la que em costa viure, des que em va deixar al poble del turó sol i abatut per no saber-la atendre tal i com mereixia.  Mai podré perdonar-me no haver estat per vostè quan les petites, i haver-me trastocat per ximpleries, però ara torno a ser aquí suplicant que perdoni aquella solitud al meu costat.

Senyoreta Dolors, sóc en Gregori, el mateix que va conèixer una nit de Sant Joan quan estrenava un vestit de tons maragdes  com les seves sabates. Vaig tornar a aquella casa abandonada per creure en l’esperança, i els veïns no van poder esbrinar que aquell home guillat que passejava la seva melangia a cobert d’una barba nuada i llefardosa i uns parracs que cada dia minvaven les costures, era el mateix que veien davant seu.  Per això no sé pas com fer-li entendre  que ja no sóc aquell que la va deixar sola, i que sí sóc l’home que tant se l’estimava. Com me l’estimo ara, senyoreta Dolors, i com mai, ni sota les pretèrites ganyotes antipàtiques, he deixat d’estimar-la.
Senyoreta Dolors, sento no poder escriure aquest bé de Déu de sentiments que m’arrenquen de l’ànima, i que la carta que dimarts pel matí li vaig prometre, quan fèiem junts el trajecte de Sants a Sant Andreu, no pugui ser tramesa per un fals escriptor que va inventar-se la seva habilitat per a les lletres  ni la de ningú altre. Si em fa el favor li prego que em convidi altre cop a seure al seu costat quan agafi el tren que la porta a la feina.

He de dir-te Dolors, que aquell mal pas ja fa temps ha quedat enterrat entre les runes, i que cap altra cosa em complauria més com tornar al teu costat  i amb les nostres petites. Mai he gosat acostar-me a vosaltres quan aneu a fer els volts festius de mitja tarda. Tenia por, Dolors, que un altre cop fugissis d’aquest Gregori que tu vas estimar  mentre ell no sabia atendre el  cor que tan despresa li oferies.  Però ara que t’he tingut tan a prop meu no vull que res  m’aturi, ni tan sols les paraules que no sé com afluixar d’aquesta ploma.
Han passat ja tres dies i dues nits, i ha passat massa temps. Demà, ben de matí, t’esperaré com sempre a l’andana del tren que fa el trajecte de Sants  a Sant Andreu i t'acosta a la feina. Em sap greu no haver-te escrit la carta que t’havia promès, però et dono la paraula, si l’acceptes,  que et tornaré el Gregori que una nit de Sant Joan vas començar a estimar sota serrells de seda.

Sempre teu,
Gregori Comas i Comes
 Barcelona, a vint-i-dos de juny de 1947

divendres, 24 de juny del 2011

La bombolla


La xafogor pesava com una llosa. Començava juliol.   El sol que pel matí havia rostit les llambordes del carrer es va esfumar darrera un xàfec d’estiu, a mitja tarda. Vaig sortir sense mirar abans per la finestra, i en ser al carrer em vaig topar amb la pluja. No havia agafat el paraigües i em va fer mandra pujar al pis pel poc temps que plouria.   Juliol em té això, la mandra. A més, la pluja era benvinguda, per molt que sentís una dona queixar-se perquè    l’aigua era freda. Millor, vaig pensar, refrescaria.
            Després de sopar, vaig treure a passejar el gos, el Magnum,  amb la jaqueta posada. Poder-se tapar a l’estiu dóna una sensació agradable, com l'escalfor a l'hivern. El riu jeia al seu llit, lluent i desbravat. Des de la barana del passeig que s’aboca a la llera, vaig poder veure  herbots de temporada estesos pel ruixat i les canyes encara resistint la vertical. Vaig  pensar en els vespres, en acabat de ploure, a l’hort del senyor Nicetu, en la galleda i els cargols que allà hi collíem sota el raig d’una lot.  Ja ve a ser normal que una minúcia et porti a il·luminar parcel·les llunyanes de memòria,  el que no ho és tant és que la vegis, la llum, i jo la vaig veure a la ribera en el mateix instant que recordava els capvespres plujosos dels estius quan encara era nena.  Vaig clavar-hi els ulls,  i el Magnum, en veurem la cara de sorpresa,  va mirar amb mi la llàntia d'on sortia claror i els va obrir com a pàmpols. Em decidí a acostar-m’hi tot i  el gos que bordava amb desfici, varat darrera meu. Però la curiositat podia més que els seus crits animals de previsió i a l'últim, resignat, em va seguir.
            Mentre em feia càbales sobre què podia ser aquell llum de colors, que em feia l'efecte d'un Arc de Sant Martí fet un cabdell que hagués caigut a terra; mentre ja m’imaginava un petit ET demanant com anar a casa seva; mentre tremolava no sé ben bé si de fred o de pànic per si allò era un esquer d’algú que estigués pendent d’assaltar qui s’hi acostés, vaig  descobrir que la llumeneta només era una bombolla. Una bombolla d’aigua que devia haver fugit del riu quan el ruixat. Una fantasia d’una nit d’estiu, vaig voler creure.  Però aquella resplendor no era cap quimera. La veia moure’s com la flama del foc. Tot i així, vaig provar d’agafar-la, no sense l’aprensió de si cremava. Res més lluny:  em donava una tebior amable que feia bo de cloure entre les meves mans.
             I va ser llavors quan distingir què hi havia dins: una colla de persones que m’eren conegudes al voltant d’una taula blanca on hi havia begudes i crispetes. Homes i dones amb els que m'havia trobat en moments diferents i que tot d'una s'aplegaven en aquella bombolla que el riu volia empényer engrescat per la pluja. Jo també hi era .  Però elles s’anomenaven les unes a les altres amb noms que no reconeixia : Miuq, Nomar,  Draude, Ailalue,  Slegna,  Ram,  Csecnarf,  Estmon, Itnas...  Quant de temps havia passat des de la darrera vegada que ens havíem trobat, que els noms se m'enredaven en sentir-los. I ara aquella imatge me'ls tornava. Els tenia a l'abast, com si els senyals de la xarxa telemàtica haguessin arribat a aquell indret del riu.            Un d’ells era d’esquenes i de sobte es girà. Em va agradar que ell també hi fos, malgrat la meva lluita per que se m'anés del pensament. Però el misteri atrapa, i d'ell no n'havia sabut res des l'última frase que em va dedicar: Ens veurem aviat.  Així que allò era aviat? Esclar, els anys passen tan ràpid. No se'm va acudir abans. Vaig voltar la butllofa humida i flonja i vaig entendre el què de l'embolic.  Per molt que la capgiris dins l’ampolla, l’aigua torna al seu lloc i així pots descobrir el transcurs i el final de cada història. Em vaig ficar aquell cabdell d'aigua i llum i amics a la butxaca i me'l vaig endur a casa.
         
Era nit entrada quan el so del mòbil em va despertar. A fora  només se sentia el fregar del fullatge dels arbres al passeig. En la pantalla il·luminada vaig llegir-hi el missatge: Ens veiem aquest cap de setmana a casa meva. Pots portar les crispetes?
Vaig somriure. Tot era com abans. I tenia moltes ganes de tornar-los a veure voltant la taula blanca.


dijous, 23 de juny del 2011

ROBA ESTESA


Sobre els terrats hi ha un mar de collarets
enfilant tot de peces de colors,
la roba de carrer i la dels secrets
plaent la vista del vianant curiós.

Els nens juguen voltant la roba estesa
amagant el seu cos rera els llençols.
En veure´ls sento olor de net i d´infantesa
ficada entre les ombres d´altres sols.

Enmig l´estenedor la mare s´hi passeja
fent cavalcar la roba en el cordell.
M´agrada el seu posat quan la feineja,
mentre li dono agulles del cistell


Avui el cel és clar i fa un ventet
que eixuga el regalim de la bogada.
De dalt s´ho mira el sol, de sota el verd,
al costat uns ullets copsen la suau onada.


Quan veig els nens jugant vora la roba estesa
torno a olorar aquella aigua del safareig,
aquella olor tan dolça de net a la infantesa
i la mare, polint-nos la roba de passeig.